Mis recuerdos, estos días, me llevan de forma reiterada a mi abuela paterna. Era una mujer de pelo blanco y largo, recogido con destreza en un gran moño. Siempre la conocí vestida de negro, de luto, por mi abuelo. Siempre activa, siempre resolutiva y siempre alerta. No estudió y no sabía escribir más allá de aquella firma retorcida que aprendió a dibujar en papel de estraza. De mi abuela se atisbaba, al observarla, que sus miedos eran pocos.
Foto de Manuela Milani |
Alguna tarde de tempestad la pasé en su casa. Ella rezaba en alto y yo aun recuerdo aquellas plegarias. No soy experto en tipos de rezos u oraciones, no sabría diferenciar si eran de petición o de intercesión, o tal vez de imprecación. Lo que si que sé, es que yo en esos años jóvenes, las sentía a modo de sortilegios o conjuros que pretendían que la borrasca se fuese.
"Santa Bárbara bendita, en el cielo hay una ermita..."
No soy capaz de encontrar en mi memoria más versos o rezos de esta Santa "ahuyenta tormentas", la memoria se torna cómoda en los tiempos de Internet y me resisto a buscar en Google como continua la oración. Lo que si se me viene a la memoria es un refrán popular también vinculado a la consabida santa:
"Solo nos acordamos de Santa Barbara, cuando truena"
Y heme aquí, oyendo los truenos de una pandemia voraz, nueva, desatada, con muchas personas que saben mucho, con otras más que opinan demasiado, con otras muchas, tal vez los más silenciosos, que están cansados y desbordados. Y busco a alguna Santa Bárbara para este tipo de tormentas en los recuerdos de mi abuela, y no la encuentro, pero me alegra percibir que este virus tan voraz y entrometido haya sido capaz de traerme, a mi presente, aquella alcoba de mi infancia.