
Discutimos, por encima de las leyes que debemos cumplir sobre si contenidos o competencias, sobre si actitudes o respeto, sobre los exámenes o lo que cada uno entiende por evaluación continua. Lo que para unos es falta de respeto, para otros es espíritu crítico. Las sesiones de evaluación mejor cortas y pocas, y si alguien abunda sobre las decisiones a tomar, de forma conjunta, sobre un alumno, aun oímos algunas frases lapidarias que pesan como losas e impiden, en ocasiones ver luz al final del túnel. Seguimos enfrascados en viejas batallas dialécticas sobre educación versus enseñanza (yo no estudié una carrera para educar a este niñato, que lo haga su padre). Cada maestrillo tiene su librillo, pero aun algunos lo tienen escondido y no lo comparten para mejorar al resto, y en ocasiones, los que necesitan aprender solo ven en la experiencia algo añejo y sin sentido. Otras veces, la obligada “atención a la diversidad” se queda solo en papeles que acompañan al expediente académico de niños y niñas etiquetados por no se que moda o tendencia psicológica.
Hace falta PENSAR, analizar si nuestras clases son “productivas” y de forma lo más objetiva posible, propiciar un cambio en ellas si fuera necesario (en demasiadas ocasiones lo es). Sabemos que la mayor parte del aprednizaje de nuestro alumnos se desarrolla fuera del aula, pero nos cuesta horrores salir de ella para mostrar otras formas de hacer las cosas. Tal vez sea un poco atrevido, perdonenme si ofendo, pero creo que nos falta bastante empatía hacia los alumnos, olvidamos rápido que hace unos años fuimos como ellos.

Ver el vaso, medio lleno o medio vacío, tal vez, al final, solo sea esa la cuestión. Este año tengo un buen grupo de alumnos en un curso, recogo buenos resultados con esfuerzos similares a otros años donde, con similar inversión por mi parte, solo recogí números rojos.
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