Decía algún texto que leí en la juventud aquello de "Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas de clases". En la escuela, al menos en las que yo convivo no existen estas luchas de clases (no es poco) pero hay otras. Me permito modificar el entrecomillado, no creo que nadie se ofenda por ello y traer una frase que hago propia y también entrecomillo, "Toda la historia del aprendizaje de una persona, es una historia de lucha entre lo efímero y lo permanente". Si un alumno sacó un ocho en un examen hoy, ¿sacaría pasado mañana otro ocho si se le hiciese una prueba similar sin aviso previo?.

Hoy, si miro como docente, los contenidos siguen ahí, los ríos, los verbos, la maravillosa tabla periódica (soy químico), siguen ahí, permanentes, inalterables e inmutables. Aparecieron las actitudes y los procedimientos, la atención a la diversidad y los "progresa adecuadamente", los ordenadores y las pizarras digitales, las clases invertidas y la gamificación. Desaparecieron las palmetas y aparecieron los psicólogos. Apareció el bilingüismo y desapareció el cuarto de los ratones. Cambios y más cambios que han mejorado, a mi juicio, lo que un padre o una madre espera de eso que llamamos Educación (con mayúsculas) sin dejar de preguntarme, eso si, ¿qué queda y qué se va de lo que mis alumnos aprenden cada día?.
Adaptarse, ese creo que podría ser el mantra. No dejar pasar los trenes, no vuelven, o cuando lo hacen, ya vienen otros llegando. Alumnos, profesores, administración educativa y familias deben adaptarse (¿formarse?) a las realidades e ir sacando lo mejor de cada tiempo. En este devenir espero que permanezcan valores, recuerdos y conocimientos que sirvan a los alumnos para desarrollar mejor sus vidas, para ser competentes en lo que cada cual acabe ejerciendo. Espero que se marchen sinsabores, rencores y gilipolleces que tanto antes como ahora convivían y/o conviven en nuestro sistema educativo.
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